Siempre había estado ahí

The story of Carina

Lo que no había cambiado en ella era su esperanza; aquella que hoy hacía su aparición y la que se esfumaba en cuanto decían su nombre y se disponía a hablar.
Como en las todas las anteriores ocasiones, se renovaba y la empujaba a creer que esta vez sería distinta.
Esperaba que al otro lado hubiera alguien que por fin cambiara el rumbo de su vida. 

Sentada en aquella sala, seguía con los mismos nervios del primer día, con el mismo miedo, la misma cobardía… ¿Cómo era posible que tras tantas situaciones idénticas vividas, todavía pudiera sentirse igual de pequeña?
Recordaba perfectamente todas las demás visitas, en las que el personal al frente iba cambiando, pero el patrón que estos seguían era siempre el mismo.
Desde sus doce años siempre había sido demasiado joven para estar allí. 
Las pequeñas arrugas en su ceño y al final de sus ojos cansados, era lo único que denotaba en ella su verdadera edad, acababa de cumplir treinta y seis. Tenía cara dulce y amarga a la vez, por todo lo vivido; facciones sencillas pero que encajaban y daban como resultado una belleza agradable.
Su cabello se movía de un lado al otro, haciendo palpable su inquietud.
Podía identificar los gestos de su interlocutor, sabía perfectamente lo que le dirían y que tras salir  por la puerta, la rabia, el cansancio y la ira, harían que las lágrimas cayeran por sus mejillas sin mesura. Un llanto desconsolado, la esperanza hecha trizas una vez más.

Miraba el reloj, como siempre se retrasaban. 

Ella repetía en su cabeza una y otra vez lo que debía pronunciar, llevaba siempre consigo una lista que nunca había sido capaz de mostrar. Porque allí dentro siempre se sentía tan pequeña, tan vulnerable…
Su nombre se oyó por fin y nerviosa cogió su carpeta repleta de documentos y su lista vetada que había ido engrosando a lo largo de aquellos 23 años.
Una vez dentro se apresuró a sentarse y agachó la mirada.
Esta vez, en frente, había una mujer de mediana edad, de estatura más bien pequeña como ella; su cabello oscuro acentuaba ese gesto rudo y firme que poseía.
Le indicó con un gesto que comenzara.

Apenas había empezado y ya no podía enlazar correctamente una palabra con otra. Sus frases salían incoherentes de su boca, como si de una chiquilla tonta se tratase y pensó: <>

La rabia y la culpabilidad empezaron a apoderarse de ella, el mentón y su labio inferior intentaban no temblar; pero no era fácil controlar aquella oleada de sentimientos que entraban veloces por su cabeza y llegaban al pecho cargados como cartuchos a punto de explotar. El corazón se aceleraba cada vez más rápido, sus mejillas enrojecían por momentos, sus manos frías se entrelazaban la una con la otra y así, su cuerpo entero hizo estallar esta vez un llanto ahogado y silenciado.
Ella luchaba porque no saliera, pero era imposible aplacar aquella tormenta de sentimientos y dolor tan profundos.

Lo que sucedió a continuación, cambiaría para siempre su vida.

Aquella mujer con gesto duro, tenía sin embargo un tono de voz agradable y tranquilizador.
Parecía una mujer fuerte y segura de sí misma; escuchaba con atención las incoherencias que salían de aquella chica convertida ahora en niña insegura y resignada. 
La dejó hablar y le dio pie para que expresara todo lo que necesitara; decidió escucharla.

La chica, tras ver que estaba siendo atendida, respiró hondo, cogió aire y se dispuso a sacar su lista; con ella las palabras empezaron a brotar y a hilarse unas con otras; no había nada que en ese momento pudiera pararla porqué sintió que al fin había llegado su momento.
Así era, aquella persona que se encontraba frente a ella sería la primera pieza para empezar otra etapa en su vida. Iba a preocuparse por lo que tenía que decir, iba a escucharla y lo más importante, iba a mirarla a los ojos y creer en ella.

Como en todas las demás ocasiones, a la salida también hubo lágrimas, pero el motivo de estas era    totalmente distinto, rebosaban alegría y esperanza no perdida.

Tras largos meses, un día soleado, por fin ocurrió. 

Ella, como cualquier otro día, se encontraba sentada frente a su ordenador en su lugar de trabajo. Había gente y su móvil empezó a sonar. El volumen estaba bastante alto y se apresuró en contestar. En la pantalla aparecía el nombre de pila de la doctora y se dijo: “será esta vez, tiene que serlo. Lo llevas sintiendo todos estos meses, esta es la definitiva”

Y de nuevo el llanto; llanto rugiendo en su pecho y abriéndose paso entre la mezcla de emociones que no podían estar más enfrentadas. Estaba escuchando lo que la haría más feliz, lo que había estado esperando durante toda su vida; y ese sentimiento chocaba con el dolor de saber que siempre había estado ahí, siempre había estado junto a ella y que había sido tan fácil como creer. 
Escuchar y creer.

– Tenemos el diagnostico, se trata de una enfermedad genética y rara.

Por fin, había llegado. Para poder empezar a luchar y a vivir.